viernes, 24 de julio de 2009

Sólo cuestión de rutina

La tripulación, en su mayoría biólogos marinos y oceanógrafos, peinaban la zona con el propósito de esclarecer el gran enigma que, en días pasados, consternara a media humanidad.

De acuerdo con el más reciente informe publicado por el Departamento de Fauna Marina de la Universidad de Antuana, en cierta parte del océano Antártico habitaban unos extraños cetáceos que, al parecer, eran las criaturas más inteligentes del planeta conocidas hasta entonces. Dotadas de una inteligencia por mucho superior, incluso, a la de cualquier ser humano.

La noticia no tardo en recorrer el mundo, despertando polémicas como las desatadas por Darwin a mediados del siglo XIX.
Las demandas no se hicieron esperar, por esos días nadie parecía estar a salvo.

Conforme transcurría el tiempo la situación se tornaba insoportable. Los medios de comunicación le adjudicaban a diferentes grupos y organizaciones el terrible atentado. Primero, muchos coincidieron que todo era obra de los comunistas, quienes seguramente buscaban, con tan absurdas ideas, desestabilizar a los gobiernos imperialistas y neonazis. Después se pensó que los países del cono sur, con la finalidad de incrementar el turismo hacia aquellas regiones, habían ideado todo. Aún así, existían sospechas en contra de australianos, japoneses, chilenos y estadounidenses. En repetidas ocasiones se llegó a culpar también a la Sociedad Protectora de Animales, a infinidad de grupos ecologistas y al Consejo Mundial de la Fauna Silvestre.

Más tarde, y como medida de seguridad, todos los evolucionistas y biólogos fueron fichados, interrogados, y amenazados de muerte si se les sorprendía apoyando tan descabellada posición. Hubo que adoptar medidas drásticas capaces de resguardar la seguridad global.

Por petición de las Naciones, la Organización Mundial de la Salud pronto tomó cartas en el asunto y, después de investigar minuciosamente los antecedentes políticos de miles de especialistas en el tema, asignó a un grupo de eminentes científicos denominados “Neutrales”, para que fueran a inspeccionar la zona y mediante sesudos experimentos y pruebas, resolvieran el escandaloso enigma.

Un mes más tarde, se supo que los “Neutrales” habían localizado a las singulares criaturas y que comenzaban los estudios.

Auxiliados por los más avanzados equipos de monitoreo, los investigadores comprobaron la compleja organización social de aquellos animales. De acuerdo con sus observaciones, era evidente que poseían un elaborado lenguaje, eran capaces de comunicarse con cualquier miembro de la manada y cada individuo tenía su propio nombre y una actividad bien definida dentro de la comunidad.
Conforme progresaban las investigaciones, se supo que la especie había adoptado nuevos términos para designar a las cámaras de vídeo, a los equipos de muestreo y a todo cuanto estaba siendo sumergido en el océano, incluidos los diferentes buzos, quienes también habían sido bautizados por aquellas criaturas. Dos semanas más tarde los cetáceos hacían todo lo posible por comunicarse con la especie humana.
Sorprendidos ante las irrefutables muestras de inteligencia, los científicos intentaron dar a conocer la gran noticia. Fueron detenidos. De acuerdo a lo pactado, toda la información debería ser comunicada una vez concluidos los experimentos.

Para los especialistas una cosa era evidente. Aquellos animales también se dedicaban a estudiar a los humanos; su comportamiento, sus debilidades y limitaciones, la eficiencia de sus equipos electrónicos. Todo estaba siendo minuciosamente aprendido y evaluado por los inteligentes catodontes.

Durante el tiempo que llevaban conviviendo con ellos, la tripulación había notado interesantes cambios en el comportamiento de la manada. Nunca consiguieron capturar a un ejemplar, en cuanto lo intentaban, éstos se sumergían en las profundidades y el ecosonda los perdía después de la isoterma de los diez grados. Al parecer, habían aprendido a evadir el sofisticado sistema de rastreo.

En alguna ocasión, uno de los especialistas comentó que a ese paso, los cetáceos acabarían por aprender a leer y a escribir mucho mejor que cualquier estudiante universitario. La hipótesis provocó enormes carcajadas hasta en los investigadores más serios y reservados. No obstante, una noche el ordenador principal comenzó a captar mensajes en clave “morse”.
En cuanto fue localizada la fuente quedó claro que se trataba de aquellas criaturas.

Aún incrédulos y desconcertados no dejaban de mirar la gran pantalla. El decodificador empezaba a convertir vibraciones en palabras, en frases, en una prosa nunca antes revelada. Amena, sutil. Era un momento histórico, el gran sueño estaba a punto de cumplirse. En breve, el hombre podría comunicarse con otra especie del planeta que, cabría esperar, resultaría ser mucho más inteligente.
En cuanto la noticia llegó al seno del Comité de las Naciones del Mundo y a la Organización Mundial de la Salud, ambos coincidieron en cancelar de inmediato el proyecto. Ante todo estaba la seguridad mundial. Fue ordenado el traslado a tierra de la tripulación. Los científicos fueron acusados de terroristas y de espías, encontrándoseles más tarde –según lo anunció la prensa- drogas y demás estupefacientes, además de armas de alto poder y documentos altamente comprometedores, por lo que se les confinó en misteriosas penitenciarías, bajo los cargos de enemigos de la humanidad, charlatanes y criminales compulsivos de alto riesgo.

Por aquellos días el mundo entero experimentaba grandes tensiones. Hubo mítines, marchas e intentos de golpe de estado en casi todas partes. Grupos que apoyaban a los científicos recluidos y otros que pedían se les condenara. Como siempre, los ejércitos cumplieron celosamente su deber. En cuanto apareció el informe de la Organización Mundial de la salud, la humanidad, en su mayoría, pudo librarse del molesto rumor y volver a la tranquilidad de antes.

De acuerdo al comunicado, el supuesto caso de los “cetáceos suprasapiens” no venía a ser otra cosa que una falsa alarma; ya que después de un sinnúmero de pruebas y sesudas investigaciones, se había logrado comprobar que los cetáceos en cuestión no tenían “ni un pelo de inteligencia”, y una vez más, la sapiencia venía a ser un atributo exclusivamente humano.

Nuevamente, los incrédulos fueron perseguidos y encarcelados. A la mañana siguiente, una flota entera de barcos y submarinos militares que transitaban las gélidas aguas del Océano Antártico, dijeron a la prensa tan sólo andar realizando algunas pruebas nucleares sin importancia en aquella región. Nada especial –recalcaron- ¡Sólo cuestión de rutina!.